12 mar 2015

La dulce mirada del extraño (Cuento sin moraleja)

En una entrevista para el diario El País a raíz del estreno en Cannes de la película Habemus Papam, le preguntaban al director de la misma, Nanni Moretti, si pensó mucho en Buñuel al preparar la película, ya que en la rueda de prensa previa había afirmado que se sentía como Buñuel, "Ateo gracias a Dios".
   Él constaba: “Me sirvió para comparar las diferencias que pueden existir al encarar la iglesia católica en una película, y que van desde la postura de Pasolini a la de Buñuel. Reconozco que escribiendo Habemus Papam volví a revisar Le charme discret de la bourgeoisie y La voie lactée. Pero mi ironía es muy distinta, especialmente en comparación con Buñuel.

El texto que tienen a continuación, es simplemente un intento de reflexión, ya me dirán si conseguido o no, sobre esa curiosa frase de Buñuel que repitió Moretti, "Soy ateo gracias a Dios".

El hombre con la cara manchada miraba atentamente una cruz de oro que descansaba en lo alto de una iglesia todavía en construcción. 
   Desde que se puso la primera piedra, El hombre con la cara manchada había ido a visitar la cruz. No había faltado un solo día. Se había convertido en una importante costumbre para él.

Aunque la iglesia permanecía todavía en construcción, estaba abierta a los creyentes y a los turistas, y se celebraban misas todos los días. Sin embargo, El hombre con la cara manchada no había cruzado la puerta ni una sola vez. Jamás había asistido a una misa. Él solamente se quedaba afuera observando aquella bellísima cruz. 
   No era creyente, o al menos, no practicante, y no sentía la necesidad de rezar, solamente la de mirar la cruz. Una y otra vez. Incluso dos o tres veces al día si era preciso.      
   Para él, ese era el pan nuestro de cada día. 
No necesitaba más ni tampoco quería más. Le daba igual que la gente no lo entendiera o que se burlaran de él, ya lo habían hecho bastante en su juventud por culpa de la mancha que devoraba buena parte de su cara. Se había acostumbrado a que se rieran de él, a que apartaran la mirada cuando pasaba, por miedo, por repugnancia, por lo que fuera. Se había acostumbrado a todo, por eso cuando ahora a sus sesenta y cinco años lo seguían haciendo, no le importaba lo más mínimo. 
   Sin embargo, a veces le dolía no haber conocido el amor. No haber podido tener siquiera una relación más o menos cariñosa con alguna mujer. Y no era porque él no quisiera, a veces lo deseaba con toda su alma, pero su insólita cara provocaba repulsión en las mujeres, que aunque menos duras e hirientes que los hombres, también apartaban la mirada a su encuentro. 

Pero todo eso se le olvidaba cuando observaba atentamente aquella cruz de oro. Sentía que no necesitaba nada más, y que era feliz así, aunque realmente no lo fuera. Ni quizás lo consiguiera ser nunca.


(Para quién quiera leer la entrevista completa con Nanni Moretti, consultar el siguiente enlace: http://elpais.com/diario/2011/05/15/cultura/1305410401_850215.html)

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